
Para tener buena calidad de vida tenemos que saber ignorar a muchas personas. También hay que aprender a vivir y a desatender aquellos actos, palabras o sentimientos que pretendan o consigan anularnos.
Simplemente hay personas que resultan conflictivas y que nos atormentan con sus quejas, con sus juicios o prejuicios y con sus dramas. Esto puede resultar agobiante, abrumador y altamente tóxico, ya que nuestro bienestar está sometido a la incertidumbre de sus actuaciones.
Por eso tenemos que dejar de alimentar aquellos intercambios que nos roban la energía y nublan nuestra realidad. Así que lo primero que hay que aprender es a ignorar a cierta gente en aquellos momentos en los que nos estén haciendo daño.
La primera recomendación es alejarse de todo los que nos haga daño, de lo que nos oscurezca la vida, de lo que se convierta en perjudicial. La balanza emocional debe inclinarse por el lado de nuestro bienestar y, aunque el sufrimiento es inevitable y debemos aceptarlo, es imprescindible que lo sepamos manejar a voluntad. O sea, que a los demonios a veces hay que abrazarlos para lograr verlos como “menos malos”.
De vez en cuando tenemos que descargarnos. La mente, como el cuerpo, debe desintoxicarse de radicales libres, de emociones negativas, de pasados conflictivos, de personas que la desestabilizan.
“Tristeza ya eres mayor de edad, puedes irte”, dice un poema de Mario Benedetti. Es una estupenda metáfora porque decirle adiós al sufrimiento puede ser una tarea complicada pero a veces es importante parar y restablecer nuestras prioridades. Por eso debemos plantearnos escapar de las emociones dolorosas, aquellas que no son sanas y que nos atormentan, que nos impiden evolucionar. También hay que recordar lo que dijo Epíteto: “Lo que nos perturba no son los hechos, sino lo que pensamos sobre ellos”. Por eso es importante que sepamos identificar, expresar y valorar nuestras emociones de manera estratégica.
En este sentido veamos otras recomendaciones:
1. No contener sentimientos y emociones. A veces no necesitamos que una mente brillante nos hable, sino que un corazón paciente nos escuche. Nuestras emociones nacen para ser experimentadas, por lo que retenerlas por miedo solo consigue enturbiar nuestra realidad. Por ejemplo, si acumulamos tristeza podemos facilitar la aparición de la depresión.
2. Aprender a gestionar la las emociones dolorosas. Es natural que nos preocupemos por rendir en los estudios, o cumplir bien nuestras tareas laborales, pero no podemos atormentarnos con nuestros errores, ya que así solo alimentaremos malos sentimientos. O sea, que no hay peor tormenta que la que uno se forma en la cabeza.
No es igual pensar que “es terrible que nuestro hijo se haya ido de casa” que creer que “aunque nos pone tristes su partida, es normal que lo haya hecho”. El primer pensamiento favorece la aparición de la ansiedad y la depresión. Este mismo razonamiento lo podemos amoldar a diversas emociones.
3. No dejes ir a las personas que ponen color y belleza a tu mundo. Deja marchar a las que lo anulan. Rodearse de personas negativas consigue oscurecer todo aquello que brilla en nosotros. Conserva en tu vida todo aquello que te ayude y aquello que te haga mejor persona.
Cuida y enriquece tu vida con relaciones que sostengan tu bienestar, hazlo siempre de manera sincera, con afecto y con respeto. Mantén tu puerta abierta para las buenas personas e ignorar todo aquello que te haga mal, tu salud lo agradecerá.
Ilustración: Julie de Waroquier
Leave a Reply